Nicolás Romero es el prototipo del Charro Mexicano, ya que en sí mismo une la vieja tradición campirana del trabajo ganadero con la valentía del jinete y soldado de caballería que con gusto combate y da su vida por la Patria. En Nicolás Romero nace una nueva definición del hombre de a caballo nacional, sumando los trabajos del campo a reata de ixtle con las temibles cargas de la caballería mexicana a punta de lanza y filo de sable, resultando de ello el Chinaco, siendo la Intervención Francesa la única época de la historia mexicana donde este personaje ha hecho acto de presencia en los campos de batalla.
De sus años mozos, se sabe que radicó en Atizapán, donde comparte su tiempo entre matancero de puercos los fines de semana, tanto como obrero textil en Monte Alto hasta que tras propinar una puñalada a un compañero de trabajo, de forma radical cambiará su vida, dado que decide refugiarse en El Ajusco, donde atina a cruzar el General Ramón Corona, comandante en jefe del Ejército del Centro, quien tras conocer su caso, sin pensarlo mucho lo nombró su alférez.
Monumento al Coronel Nicolás Romero en la Plaza Principal de Nopala de Villagrán
Como buen charro, le encantaba bullir su caballo, arrancarlo y rayarlo con singular donaire. Entre sus numerosos hechos de armas, se cuenta que atacó a la vanguardia de las fuerzas del General Leonardo Márquez, por los flancos, con sólo cuarenta hombres, dejando tendidos en el campo más de cien cadáveres antes que los imperialistas se reorganizaran. Al iniciarse la Guerra con Francia, Romero servía en una Fuerza del Segundo Distrito del Estado de México que aprendió el arte de la guerrilla y por tanto, con sus regimientos destrozaban a franceses e imperialistas en el fondo de las cañadas mexiquenses, en lo alto de los cerros michoacanos y en las campiñas y lomas de Hidalgo.
Desde entonces, la estrella militar de Romero brillaría con luz propia, al grado de que el Presidente Benito Juárez, a sabiendas de que se trataba de un hombre de talla especial, busca que Romero se integre a las fuerzas del Ejército de Occidente del General Vicente Riva Palacio, quien comisionado por Don Benito se encontraba en Michoacán con la terrible empresa de combatir a ocho mil soldados intervencionistas que habìa mandado Maximiliano.
Con tal consigna, Riva Palacio arriba a Huetamo el 11 de enero de 1865 y enseguida se le entrega el nombramiento de gobernador de Michoacán y por ende, el mando en jefe de la 3ª División del Ejército Republicano del Centro, pero 20 días después, se presentaba la tragedia del Coronel Nicolás Romero. Al fin charro, dejando a un lado las acciones con lanzas, participa en una charreada en Papatzindan, donde cayó con todo y caballo lastimándose una pierna. Ese día, un destacamento francés la mando del Barón de Marbot atacó el lugar, huyendo todos desordenadamente. Al día siguiente, un Zuavo francés, persiguiendo un gallo en la cañada aledaña a Papatzindán, descubre a Nicolás Romero escondido arriba de una tirichicua, tomándolo prisionero y remitiéndolo Marbot a la plaza de Huetamo con una escolta de treinta Cazadores del África, donde pretende rescatarlo el coronel Leonardo Valdez, por lo que deciden llevarlo a la Ciudad de México.
Sombrero de Chinaco de los tiempos del Coronel Nicolás Romero
La mañana del 18 de marzo, tras rechazar los servicios espirituales, el coronel Nicolás Romero parte rumbo al paredón. Sin embargo, el clero y la prensa de la capital solicitan su indulto, por lo que Su Majestad Imperial Maximiliano deja tal responsabilidad en manos del Mariscal Aquiles Bazaine quien, ofuscado por que Romero habìa fusilado a varios soldados franceses para desquitar la muerte de Melchor Ocampo, sin miramientos firmó su sentencia de muerte. Así, el coronel Nicolás Romero es fusilado en Mixcalco envuelto en un sarape de Saltillo, colocado su cadáver en un modesto cajón y sus leales lanceros lo trasladan rumbo al panteón de San Fernando para ser sepultado, sin embargo, el corazón de aquel soldado seguía latiendo, a pesar de haber recibido el tiro de gracia, y cuenta la leyenda que tras expirar finalmente, estiró sus piernas y quebró el ataúd, por lo que todo mundo corría espantado pero enseguida volvió la calma y continuó el cortejo. Habìa muerto Nicolás Romero.